google-site-verification=K0yAR9k5hWTqIJqLlPhVgjIDpwWMyc7R6LBE_d8z_fE
top of page

Hambre real, lo que no lo es y mecanismos desde la PNI

  • Foto del escritor: Ana San Martín
    Ana San Martín
  • 3 ene 2021
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 30 ene 2021

¿De verdad eso que tienes es hambre? ¿De verdad eres tú el que tiene hambre? Y… ¿Eres tú quién elige lo que come?


Y tú me dirás, pues claro, cada vez que como es porque tengo hambre, aunque sí que es cierto que muchas veces ese hambre va acompañado de emociones, ansiedad y necesidad de consumir un tipo de producto en concreto.


Por este motivo, lo primero que vamos a definir es qué es el hambre fisiológico y lo que no lo es.

El hambre fisiológico es un estímulo que nos hace querer consumir alimentos, pero no de forma urgente y no ligado a un tipo de “alimento”. Aparece gradualmente en determinados momentos del día de manera cíclica y siempre va unido a los conceptos de satisfacción, que es la señal de placer y recompensa que nos hace sentir que ya hemos disfrutado suficiente y a la de saciedad, que es la sensación de plenitud que se mantiene hasta el inicio de la próxima señal de hambre (1), sin culpas, dolor ni arrepentimientos. Todo lo demás no es hambre fisiológico.


Esta sensación de tener hambre es algo que nos moviliza, esto se debe a que se producen una serie de cambios a nivel del sistema nervioso autónomo con el fin de recuperar la homeostasis (2), en este caso para obtener los nutrientes necesarios para el correcto funcionamiento del cuerpo.


De esta forma, antes conseguir los alimentos, se va a producir la activación del sistema nervioso simpático con dos propósitos:

- Transportar energía de una parte a otra de nuestro organismo para asegurar que nuestros órganos vitales tengan un suficiente sustrato energético.

- Inducirnos a movernos con motivación para lograr obtener alimento (3).


Así, cuando nuestro cerebro nota que estamos bajos de energía hace que nos movamos motivados a buscar alimentos.


Cuando ya tenemos los alimentos que vamos a consumir, comienza a activarse el sistema nervioso parasimpático, el cual va a permitir que se preparen los distintos órganos y se produzcan los jugos digestivos para realizar una correcta digestión de alimentos (4). Esto ocurrirá así siempre que no haya una señal de alerta que mantenga al sistema simpático activado.


Una vez que se consumen estos alimentos:

- A nivel metabólico se va a preparar el cuerpo para proceder a la reserva de los nutrientes (4).

- A nivel de sistema nervioso se van a activar distintos núcleos cerebrales que nos van a permitir sentir placer y saciedad hasta la próxima comida (1).


Por lo tanto, el ritmo de vida de manera fisiológica está marcado por periodos de movimiento con el estómago vacío y con motivación y por periodos de consumo de comida y descanso. La satisfacción y la saciedad que se obtienen tras el consumo de alimentos que nos toca consumir como especie (verduras, hortalizas, tubérculos, frutas, carnes, pescados y huevos de calidad), unido a este ritmo de vida nos va a permitir regular la ingesta de alimentos de forma óptima.


Dicho esto, el hambre es un proceso fisiológico al que no se le debe de tener miedo, ni intentar evitar, ya que si todo va bien y nos alimentamos tal y como nos toca hacerlo como especie, es un proceso que se autorregula y nos genera recompensa.


Sin embargo, si la alimentación no es adecuada, esto no ocurre así y tenemos problemas de desregulación del ritmo de ingesta (número de comidas), del tipo de “alimentos” que elegimos comer (placer) y de la saciedad que no acaba de llegar. Por ello, vamos a ver ahora muy por encima algunas de las razones por las que se puede llegar a sentir hambre no fisiológico.


La principal razón es el consumo de productos y no de los alimentos que nos toca comer como especie. En este sentido, el consumo de productos artificiales excesivamente sabrosos, que no nos toca como especie, no nos va a permitir sentir las sensaciones de saciedad a nivel cerebral (5), por lo que siempre vamos a querer más. Esto nos puede llevar a aumentar el número de comidas que consumimos al día y, en consecuencia, por un lado, no se le va a dar el descanso necesario al tubo digestivo para la recuperación de los órganos y jugos digestivos, lo que puede ocasionar si se mantiene como hábito la aparición de digestiones poco eficaces y pesadas. Por otro lado, el tubo digestivo no va a poder “limpiarse” entre comidas activando el complejo migratorio motor, lo cual puede provocar sobrecrecimientos bacterianos o disbiosis en determinadas partes del tubo digestivo (6).


Mencionar también que este tipo de productos generalmente suelen provocar una subida de glucosa en sangre muy rápida con la consiguiente subida brusca de insulina, la cual va a bajar de forma muy abrupta la glucosa en sangre al cabo de poco rato. Esta bajada brusca de glucosa en sangre, incluso estando en niveles de normoglicemia, puede ser interpretado por el cerebro como una amenaza e incentivar la conducta de hambre de nuevo, aunque no exista carencia energética.


Además, si tenemos en cuenta que este tipo de productos no es reconocido por el cuerpo como alimentos, sino como algo extraño que entra en contacto con nuestro tubo digestivo donde se encuentran concentradas el 80% de nuestras células del sistema inmune, éste se va a sobre activar cada vez que entre en contacto con estos productos. Esto puede provocar por un lado un aumento de inflamación y en consecuencia una mayor permeabilidad intestinal para permitir a las células del sistema inmune que salgan a la luz intestinal para ver si todo está correcto o hay que “entrar en modo ataque” (7). Este aumento de permeabilidad, va a permitir que pasen al interior del cuerpo ciertas partículas de tamaño grande que no deberían de pasar si no existiera esta permeabilidad intestinal aumentada y en consecuencia, esto va a suponer aún más inflamación por una mayor activación del sistema inmune y en algunos casos, dentro de este contexto de alerta y no tolerancia, dependiendo de la genética de cada persona, puede incluso “abrirse una puerta” al desarrollo de enfermedades autoinmunes (8).


Comentar que en este ambiente de inflamación mantenido en el tiempo pueden incluso producirse procesos de resistencia a la insulina, y a la leptina, las cuales son dos hormonas clave en la gestión energética del cuerpo y en la autorregulación del hambre (9).


No hay que perder de vista tampoco el efecto que estos productos tienen en la microbiota intestinal, que no es otro que el de provocar disbiosis o sobrecrecimiento de un tipo de microorganismos sobre otros. De forma muy resumida, si los microrganismos presentes en el tubo digestivo no son ni se encuentran en las proporciones en las que deberían de estar, la llevamos clara… porque mediante la formación de distintos metabolitos y químicos van a comenzar a hacernos daño a distintos niveles: digestivo, metabólico, endocrino, sistema inmune, incluso a nivel psicológico (10), provocándonos ansiedad, melancolía o depresión. Ante estas sensaciones vamos a buscar de forma inconsciente muchas veces refugio en la comida y más que en la comida, en los productos que nos han causado la disbiosis, lo que se conoce como hambre emocional, aunque el origen de todo se encuentre en una disbiosis intestinal…


En este sentido, una vez establecida la disbiosis y el predominio de ciertos microorganismos sobre otros, éstos se van a encargar mediante la producción de ciertas sustancias químicas de hacerte sentir a ti antojos o predisposición sobre el tipo de alimentos que quieres consumir. Dicho de otra manera, estos microrganismos buscan la forma de mantenerte comiendo esos “productos” que te han causado la disbiosis para seguir predominando en tu tubo digestivo. Por lo tanto, tú no estas eligiendo lo que te metes a la boca, sino que tus microbios lo están haciendo por ti… Si os interesa este tema, el autor Xavi Cañellas lo desarrolla de forma muy amena en su libro “Tu primer cerebro: no está en tu cabeza” (lectura más que recomendada).


Aunque me he dejado un montón de cosas en el tintero… creo que con este post ya he podido aclarar las preguntas planteadas al principio del mismo. Así pues, muchas veces no tenemos hambre real o fisiológica y no siempre somos nosotros quienes elegimos de forma consciente qué, cuándo y cuánto comemos, sino que hay muchos factores en juego.


Teniendo en cuenta todo lo redactado, no hay que olvidar que ESTÁ EN TUS MANOS el volver a regular el ritmo y la ingesta de alimentos sintiendo satisfacción y saciedad, la cual nos va a poder permitir experimentar la vida con salud.


Para ello solo es necesario volver a comer como nos toca como especie, respetando los ritmos y consumiendo alimentos saludables para nuestro tubo digestivo y nuestra microbiota. Si necesitas ayuda para esto, no dudes en contactar conmigo.


Espero que os haya parecido interesante este blog 😉


Nos vemos pronto!

Tenéis este mismo tema desarrollado en video en mi canal de YouTube (pni en tus manos): https://youtu.be/E3A4CA8kaF4


REDES SOCIALES:


BIBLIOGRAFÍA:

1-Plata-Salamán, C. R. (1991). Regulation of hunger and satiety in man. Digestive diseases (Basel, Switzerland), 9(5), 253-268.

2-Craig, A. D. (2003). A new view of pain as a homeostatic emotion. Trends in neurosciences, 26(6), 303-307.

3-Palmiter, R. D. (2007). Is dopamine a physiologically relevant mediator of feeding behavior?. Trends in neurosciences, 30(8), 375-381.

4-Furness, J. B. (2012). The enteric nervous system and neurogastroenterology. Nature reviews Gastroenterology & hepatology, 9(5), 286.

5-Pelchat, M. L. (2009). Food addiction in humans. The Journal of nutrition, 139(3), 620-622.

6-Deloose, E., Janssen, P., Depoortere, I., & Tack, J. (2012). The migrating motor complex: control mechanisms and its role in health and disease. Nature reviews Gastroenterology & hepatology, 9(5), 271.

7-Lee, S. H. (2015). Intestinal permeability regulation by tight junction: implication on inflammatory bowel diseases. Intestinal research, 13(1), 11.

8-Morris, G., Berk, M., F Carvalho, A., R Caso, J., Sanz, Y., & Maes, M. (2016). The role of microbiota and intestinal permeability in the pathophysiology of autoimmune and neuroimmune processes with an emphasis on inflammatory bowel disease type 1 diabetes and chronic fatigue syndrome. Current pharmaceutical design, 22(40), 6058-6075.

9-Könner, A. C., & Brüning, J. C. (2012). Selective insulin and leptin resistance in metabolic disorders. Cell metabolism, 16(2), 144-152.

10-Rao, M., & Gershon, M. D. (2016). The bowel and beyond: the enteric nervous system in neurological disorders. Nature Reviews Gastroenterology & Hepatology, 13(9), 517.

 
 
 

Comentarios


bottom of page